Comenzaré explicándoles a qué me refiero con “incómoda comodidad”, resulta que los seres humanos tenemos la fascinante virtud de adaptarnos fácilmente a cualquier situación, por inhóspita que parezca, pero a veces esta misma virtud se convierte en un obstáculo, porque nos adaptamos tan bien que finalmente acabamos acomodándonos tanto, que luego no queremos atrevernos a cambiar.
A mí me ha pasado con el trabajo, recientemente tuve un remeneo en mi vida profesional que me hizo replantearme la ruta hacia lo que podría llamar mi norte profesional. Justo el momento de la sacudida representó un gran impulso para aclarar mis metas, mi trayectoria, en fin para plantearme el nuevo curso a seguir, siempre con la meta bien clara de la búsqueda del éxito.
Esas sacudidas repentinas que te da la vida te ayudan a recordar que esa zona de comodidad a la que ya te has acostumbrado no necesariamente es tu destino final, no puedes permitirte echar raíces allí y olvidar cuál es tu norte.
Es bueno saber valorar cuando encontramos un buen trabajo, un espacio donde nos sentimos seguros para desarrollarnos, paran entregar al máximo nuestras habilidades y demostrar que sí estamos capacitados para ese puesto y que podemos hacerlo mucho mejor. El problema se presenta cuando llegamos a esa zona sin retorno, donde nos sentimos tan confiados y cómodos en ese entorno laboral, que olvidamos que alguna vez quisimos algo más de lo que tenemos en ese momento.
Cuando estamos en esa zona de confort es cuando tenemos que ser lo suficientemente valientes para replantearnos si ya llegamos a donde queríamos ir, o si en ese momento nos estamos cerrando a la posibilidad de llegar más lejos.
Llega entonces la necesidad de salir la incómoda zona de comodidad.